La obstinación por un cuerpo femenino perfecto se encuentra incorporada en nuestra educación y en nuestro proceso de socialización mediante modelos que consolidan los significados culturales destinados a la definición del ser mujer. Unas significaciones de género dictadas por el patriarcado que configuran en nuestra vidas y en nuestros cuerpos todo un conjunto de prácticas, de experiencias y de representaciones estereotipadas, únicas, idénticas y a imitar que desembocan en una imagen distorsionada, ficticia y cosificada de las mujeres.
Alba Duque sabe que este exigente ideal de belleza que interiorizamos, nos aprisiona y nos crea una falsa conciencia en la percepción y en la configuración que tenemos de nuestros aspectos físicos y de nuestros cuerpos. Haciéndonos vulnerables, inseguras y a la espera de la aprobación ajena, trayéndonos como consecuencia una autoimposición que nos afecta en nuestra salud, en nuestros deseos y en nuestras expectativas vitales en cuanto a mujeres. Somos valoradas y constituidas exclusivamente por nuestros cuerpos.
La presencia de la piel en sus fotos es un elemento central que unifica la experiencia, superficie sobre la que se escribe la vida y nuestras reivindicaciones. Pieles desnudas, curtidas, marcadas, caídas o arrugadas que proclaman su presencia; diferentes tonalidades del ser mujer, diferentes mapas, diferentes vidas.
No cabe duda de que Duque hace a las mujeres protagonistas, activas en su representación. Apuntando con su mirada a la multiplicidad y diversidad de nuestros cuerpos, señalando que entre nosotras, no somos idénticas, sino únicas.
