Cada día vivimos más expuestos a la mirada directa de una cámara. Nuestros cuerpos y nuestras vidas se han convertido en un muestrario de fotografías inmediatas con las que interactuamos y nos relacionamos social y virtualmente bajo un falso nimbo de privacidad adornada por códigos estéticos. Un modo de estar que crece a un ritmo acelerado, sobre todo entre los jóvenes, con el fin de encontrar la aceptación y el éxito visual, eso sí, en una sociedad cada vez más duplicada y alineada. Chantal Convertini. Las redes sociales, internet y la tecnología digital en general nos han instalado en un flujo excesivo de imágenes, en un orden visual repetitivo y compulsivo, vivimos en las mismas poses, en los mismos paisajes y lugares, en los mismos cuerpos, en definitiva, en las mismas fotografías. Un frío escaparate de representaciones, de realidades y de biografías seriadas.
La luz natural en sus fotografías tiene un protagonismo descomunal. Es un rasgo más de la anatomía de los cuerpos, ya sea entre las cortinas de una ventana, a través del hueco de una persiana o entre la rendija tímida de una puerta entreabierta la luz asoma, baña, recorre y descansa sobre los cuerpos, va revelando sus rasgos, sus encantos y sus verbos. El juego de luces, tenues o en penumbra que envuelve a su trabajo, parece querer ahondar en la piel, en la textura, retratar el rastro y los restos de los cuerpos. Hay algo abstracto y cristalino con el que accede a ellos, extrañamente acogedor.
