En Llegó el fin del mundo a mi barrio, el poeta dominicano Frank Báez nos entrega un libro descarnado y vibrante, lleno de imágenes que se resisten a la solemnidad. Con una voz personalísima, cercana al ritmo del spoken word, la crónica callejera y el diario íntimo, Báez construye un universo donde la poesía se mezcla con el asfalto, el humor, la desesperanza y el deseo.
Sus versos se mueven con soltura entre lo cotidiano y lo apocalíptico, entre la sátira mordaz y una sensibilidad profunda que aflora en medio del caos. Este libro es una suerte de manifiesto del anti-heroísmo, donde las musas no viven en los templos de la alta cultura, sino en la acera, en los mercados, en los bares y en los autobuses.
Su estilo recuerda por momentos a Bolaño y Vila-Matas, por su lucidez irónica y su voluntad de narrar desde los márgenes. Pero su música es otra: una polifonía caribeña, vital y directa, que convierte cada poema en una especie de canción urbana. Báez escribe sin pretensiones trascendentalistas, pero su poesía —precisamente por su crudeza, su ironía y su conexión con la vida real— se vuelve intensamente significativa.
Llegó el fin del mundo a mi barrio no es solo un título provocador: es una declaración de principios. El mundo puede acabar, pero no sin dejar que la poesía lo cuente, lo ría y lo llore.
